Desde que recuerdo relaciono canciones con acontecimientos de mi vida y mi entorno personal y social. Comunmente refiero la pieza donde Rod Stewart canta "Every pictures tells a story" y la aplico a las rolas.
Desde este planteamiento puede resultar fácil entender porqué la programación musical, o programación de canciones, o elaboración de listplays, o digeieiría (válgase el término) me resultan afines.
Cuando Andrés, mi fiera menor, escucha las canciones que le pusimos en cuanto vió la luz, tiende a tranquilizarse y sentirse bien, no importa lo hiper que haya estado hasta momentos antes.
Esa transmisión tornamesa-cerebro (hoy ipod-cerebro) me resulta elemental todos los días de mi vida, la llevo bien prendida al alma y, naturalmente, la ejerzo a cada momento.
Cuando escucho música (¡oh, vicio de oficio!), antes de que termine, ya la estoy asociando con otras músicas similares a veces, disímbolas otras, imaginando como se las voy a presentar al radioescucha, como las voy a ordenar y, más importante aún, en que contexto las voy a presentar y como lo voy a sustentar.
En mi cabeza se suceden imágenes musicales y referencias textuales (de escritos o letras de canciones) y al poco rato ya tengo una primera idea que, generalmente es robusta y que se va a pulir al seguirle dando vueltas al asunto y comentarlo con la Gaby en primera instancia, y con otros amigos.
En la otra chamba, cuando Olguita ó la Chío venían a mí con algún problema o resolución laboral les pedía que me lo explicaran cantando, lo que les bajaba la tensión, las apenaba porque no querían cantar ó, peor aún, no encontraban una rola apropiada para explicarme que 'el sistema se había caído' mientras yo ya estaba tarareando una o dos.
Seleccionar música, ordenarla y contextualizarla para que la escuche un público radiofónico realmente me gusta mucho, me divierte y refuerza mi conciencia sobre la labor de la música y la radio dentro de la sociedad.
Desde este planteamiento puede resultar fácil entender porqué la programación musical, o programación de canciones, o elaboración de listplays, o digeieiría (válgase el término) me resultan afines.
Cuando Andrés, mi fiera menor, escucha las canciones que le pusimos en cuanto vió la luz, tiende a tranquilizarse y sentirse bien, no importa lo hiper que haya estado hasta momentos antes.
Esa transmisión tornamesa-cerebro (hoy ipod-cerebro) me resulta elemental todos los días de mi vida, la llevo bien prendida al alma y, naturalmente, la ejerzo a cada momento.
Cuando escucho música (¡oh, vicio de oficio!), antes de que termine, ya la estoy asociando con otras músicas similares a veces, disímbolas otras, imaginando como se las voy a presentar al radioescucha, como las voy a ordenar y, más importante aún, en que contexto las voy a presentar y como lo voy a sustentar.
En mi cabeza se suceden imágenes musicales y referencias textuales (de escritos o letras de canciones) y al poco rato ya tengo una primera idea que, generalmente es robusta y que se va a pulir al seguirle dando vueltas al asunto y comentarlo con la Gaby en primera instancia, y con otros amigos.
En la otra chamba, cuando Olguita ó la Chío venían a mí con algún problema o resolución laboral les pedía que me lo explicaran cantando, lo que les bajaba la tensión, las apenaba porque no querían cantar ó, peor aún, no encontraban una rola apropiada para explicarme que 'el sistema se había caído' mientras yo ya estaba tarareando una o dos.
Seleccionar música, ordenarla y contextualizarla para que la escuche un público radiofónico realmente me gusta mucho, me divierte y refuerza mi conciencia sobre la labor de la música y la radio dentro de la sociedad.
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